Entre cartas, números y luces de neón se gesta la peor
adicción.
“Un
infierno del que intentaba salir y me hundía más” así describe Raúl Jiménez un comerciante de 42 años, el tiempo en el que
los juegos de azar se apoderaron de su vida y le dieron un revolcón total a su entorno
familiar, social y económico.
La
ludopatía según el psicólogo Camilo Serna Gómez es definida como un proceso
patológico de la conducta, que afecta a muchos individuos en nuestra sociedad,
provocando el deterioro progresivo del paciente y constituyéndose en una
enfermedad con repercusiones sociales.
“Cuando
tenía 18 años entré a un casino por primera vez, un grupo de compañeros de
universidad me invitaron y por el simple
hecho de “recochar” un rato, jugué y
gané” así recuerda Raúl lo que el mismo
denomina como el comienzo de una catástrofe en un su vida.
Meses después y luego de haber conocido varios
casinos de Medellín, Raúl y su grupo de compañeros cogieron como plan de viernes
ir al casino después de clase, “se nos había metido en la cabeza que ese día
era el de la buena suerte, y no había viernes que perdonáramos la ida al casino,
con la plata que tuviéramos, y si ganábamos nos íbamos a tomar y a veces para
donde las “putas” dependiendo de qué plata hubiéramos ganado, si no para la
casa”. Afirma él, con una sonrisa cómplice tal vez de otros varios recuerdos
que dice preferir reservarse.
Según
la Asociación Americana de Psiquiatras, una persona ludópata suele tener al
menos cuatro de las siguientes características: la preocupación por el
juego, la necesidad de jugar con grandes
cantidades de dinero, el fracaso constante de los esfuerzos para controlar el
juego, el uso de la apuesta como estrategia para escapar de los problemas, el
engaño al entorno más cercano por su gusto al juego el implemento de actos
ilegales para financiar las apuestas, la indiferencia por poner en riesgo
relaciones interpersonales importantes o trabajos por causa del juego. Raúl iba
adquiriendo poco a poco estos requisitos para convertirse en un enfermo por el
juego.
Rocio
Molina, la señora madre de Raúl dice que siempre fue una persona juiciosa,
entregada a su carrera y bastante reservada, “era muy rara la vez que salía de
la casa, pero de un momento a otro, él cambió y se perdía los viernes y entre
semana, hasta pensé que tenía novia”, dice ella, mientras observa una foto de
la graduación de Raúl como bachiller.
Aunque
la ludopatía no respeta edad y en el mundo de los juegos de azar se puede
encontrar personas bastante adultas, al visitar casinos como “Havanna” y
“Caribe” dos de los más concurridos y populares de la ciudad se puede observar
que cada vez más estos lugares se ven abarrotados de jóvenes en edades entre 18
y 20 años, y al preguntar por su presencia allí la palabra más común en sus respuestas
es “recochar” la misma que utilizó Raúl para hacer referencia a sus inicios en
la ludopatía.
Raúl
ya pasaba por los 23 años, había dejado la universidad y estaba encargado de
uno de los locales de su padre y en ese momento fue en el cual empezó a ir solo y días
diferentes a los viernes, “lunes, sábados, miércoles, cualquier día que se me
presentara la oportunidad iba, y algo que nunca había pasado es que iba por
necesidad, empecé a sentir que necesitaba ir para ganar plata, porque de
ninguna otra manera la conseguiría, ahí me preocupé”.
El
psicólogo Camilo Serna explica que la persona llega a un etapa de dependencia
completa de los maquinas de azar y la voluntad desaparece por completo,“el
autocontrol es algo difícil de alcanzar cuando se llega a esta etapa de la
adicción como la denomina él, e incluso puede ser más perjudicial que otro tipo
de vicios, teniendo en cuenta que la ludopatía afecta contundentemente su
entorno más próximo”.
Tal vez el diciembre más amargo.
“Eran
las 7 de la noche, y debía hacer tiempo para encontrarme con mi papá a las 9 en
la casa de él, y entré al casino, y me puse a jugar en la ruleta, cuando miré la hora eran las 12
am. Pero no me fui a la casa si no hasta las 3 am que lo cerraron, ese día
perdí 200 mil pesos de aquella época. Cuando volví a la casa comprendí que algo
no estaba bien en lo que estaba pasando” Aun con este episodio Raúl decidió
mantener en secreto su problema, y pensar en no volver jamás, pero ahí también
se dio cuenta que esto ya era más grande que su voluntad y no era simplemente
decirlo.
Con el
ánimo un poco reprimido Raúl continua su relato “Recuerdo muy bien que era un
diciembre cuando en una noche jugando “Blackjack” ( un juego en el que tenía
poca experiencia) perdí el carro y por tratar de recuperarlo perdí
absolutamente toda la mercancía del local que le administraba a mi papá, además
de eso perdí un taxi.” Ese día Raúl decidió romper con el silencio y buscar ayuda, recurrió a su madre y encontró
en ella un refugio y la cura.
Evadiendo problemas.
“Hace
más o menos 15 años no piso un casino”
cuenta orgulloso Raúl y a la vez con tono de arrepentimiento me dice como se
imagina su vida si no hubiera perdido estas cosas, pues afirma que la relación
con su padre cambió drásticamente desde este acontecimiento. “Al principio fue
muy duro pues la abstinencia es insoportable y como mi terapia por los dos
primeros meses era no poder salir de la casa, pasaba horas armando
rompecabezas, mi vida se convirtió en una monotonía”.
Doña
Rocío recuerda con nostalgia cuando Raúl
era un niño y sus noches jugando parqués, “cuando llegaba de trabajar el
siempre me esperaba con el parqués y las fichas en la sala y si no jugaba se
ponía a llorar entonces tocaba alcahuetearle” y entre risas dice que hubiera
preferido no haberlo hecho.
Algo
tan común como salir con un grupo de amigos, a probar una actividad diferente a
las recurrentes, por ejemplo entrar a un casino, una cosa que a ojos de muchas
personas parece tan inofensivo, pero que puede cambiar la vida de una o muchas
personas en todos los contextos, como le pasó a Raúl, que tal vez si en su
momento, cuando tenía 18 años, estudiaba administración y tenía sueños como graduarse e irse a probar suerte a los
Estados Unidos, y si no hubiese ganado esa primera vez que entró con sus amigos
por “recocha” como él dice, podría ser que en este momento sus sueños se
hubiesen cumplido y más allá de lo material, la relación con sus allegados no se
hubiese deteriorado como pasó, y en este momento no tener que estar relatando
este duro episodio de su vida.
Santiago Urrego Montes.
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