jueves, 3 de abril de 2014


Entre cartas, números y luces de neón se gesta la peor adicción.

 

“Un infierno del que intentaba salir y me hundía más” así describe Raúl Jiménez  un comerciante de 42 años, el tiempo en el que los juegos de azar se apoderaron de su vida  y le dieron un revolcón total a su entorno familiar, social y económico.

La ludopatía según el psicólogo Camilo Serna Gómez es definida como un proceso patológico de la conducta, que afecta a muchos individuos en nuestra sociedad, provocando el deterioro progresivo del paciente y constituyéndose en una enfermedad con repercusiones sociales.

“Cuando tenía 18 años entré a un casino por primera vez, un grupo de compañeros de universidad  me invitaron y por el simple hecho de “recochar” un rato, jugué  y gané”  así recuerda Raúl lo que el mismo denomina como el comienzo de una catástrofe en un su vida.

 Meses después y luego de haber conocido varios casinos de Medellín, Raúl y su grupo de compañeros cogieron como plan de viernes ir al casino después de clase, “se nos había metido en la cabeza que ese día era el de la buena suerte, y no había viernes que perdonáramos la ida al casino, con la plata que tuviéramos, y si ganábamos nos íbamos a tomar y a veces para donde las “putas” dependiendo de qué plata hubiéramos ganado, si no para la casa”. Afirma él, con una sonrisa cómplice tal vez de otros varios recuerdos que dice preferir reservarse.

Según la Asociación Americana de Psiquiatras, una persona ludópata suele tener al menos cuatro de las siguientes características: la preocupación por el juego,  la necesidad de jugar con grandes cantidades de dinero, el fracaso constante de los esfuerzos para controlar el juego, el uso de la apuesta como estrategia para escapar de los problemas, el engaño al entorno más cercano por su gusto al juego el implemento de actos ilegales para financiar las apuestas, la indiferencia por poner en riesgo relaciones interpersonales importantes o trabajos por causa del juego. Raúl iba adquiriendo poco a poco estos requisitos para convertirse en un enfermo por el juego.

Rocio Molina, la señora madre de Raúl dice que siempre fue una persona juiciosa, entregada a su carrera y bastante reservada, “era muy rara la vez que salía de la casa, pero de un momento a otro, él cambió y se perdía los viernes y entre semana, hasta pensé que tenía novia”, dice ella, mientras observa una foto de la graduación de Raúl como bachiller.

 

Aunque la ludopatía no respeta edad y en el mundo de los juegos de azar se puede encontrar personas bastante adultas, al visitar casinos como “Havanna” y “Caribe” dos de los más concurridos y populares de la ciudad se puede observar que cada vez más estos lugares se ven abarrotados de jóvenes en edades entre 18 y 20 años, y al preguntar por su presencia allí la palabra más común en sus respuestas es “recochar” la misma que utilizó Raúl para hacer referencia a sus inicios en la ludopatía.

Raúl ya pasaba por los 23 años, había dejado la universidad y estaba encargado de uno de los locales de su padre y en ese  momento fue en el cual empezó a ir solo y días diferentes a los viernes, “lunes, sábados, miércoles, cualquier día que se me presentara la oportunidad iba, y algo que nunca había pasado es que iba por necesidad, empecé a sentir que necesitaba ir para ganar plata, porque de ninguna otra manera la conseguiría, ahí me preocupé”.

El psicólogo Camilo Serna explica que la persona llega a un etapa de dependencia completa de los maquinas de azar y la voluntad desaparece por completo,“el autocontrol es algo difícil de alcanzar cuando se llega a esta etapa de la adicción como la denomina él, e incluso puede ser más perjudicial que otro tipo de vicios, teniendo en cuenta que la ludopatía afecta contundentemente su entorno más próximo”.

 

Tal vez el diciembre más amargo.

“Eran las 7 de la noche, y debía hacer tiempo para encontrarme con mi papá a las 9 en la casa de él, y entré al casino, y me puse a jugar  en la ruleta, cuando miré la hora eran las 12 am. Pero no me fui a la casa si no hasta las 3 am que lo cerraron, ese día perdí 200 mil pesos de aquella época. Cuando volví a la casa comprendí que algo no estaba bien en lo que estaba pasando” Aun con este episodio Raúl decidió mantener en secreto su problema, y pensar en no volver jamás, pero ahí también se dio cuenta que esto ya era más grande que su voluntad y no era simplemente decirlo.

Con el ánimo un poco reprimido Raúl continua su relato “Recuerdo muy bien que era un diciembre cuando en una noche jugando “Blackjack” ( un juego en el que tenía poca experiencia) perdí el carro y por tratar de recuperarlo perdí absolutamente toda la mercancía del local que le administraba a mi papá, además de eso perdí un taxi.” Ese día Raúl decidió romper con el silencio y  buscar ayuda, recurrió a su madre y encontró en ella un refugio y la cura.

 

Evadiendo problemas.

“Hace más o menos  15 años no piso un casino” cuenta orgulloso Raúl y a la vez con tono de arrepentimiento me dice como se imagina su vida si no hubiera perdido estas cosas, pues afirma que la relación con su padre cambió drásticamente desde este acontecimiento. “Al principio fue muy duro pues la abstinencia es insoportable y como mi terapia por los dos primeros meses era no poder salir de la casa, pasaba horas armando rompecabezas, mi vida se convirtió en una monotonía”.

Doña Rocío recuerda con nostalgia cuando Raúl  era un niño y sus noches jugando parqués, “cuando llegaba de trabajar el siempre me esperaba con el parqués y las fichas en la sala y si no jugaba se ponía a llorar entonces tocaba alcahuetearle” y entre risas dice que hubiera preferido no haberlo hecho.

Algo tan común como salir con un grupo de amigos, a probar una actividad diferente a las recurrentes, por ejemplo entrar a un casino, una cosa que a ojos de muchas personas parece tan inofensivo, pero que puede cambiar la vida de una o muchas personas en todos los contextos, como le pasó a Raúl, que tal vez si en su momento, cuando tenía 18 años, estudiaba administración y tenía sueños  como graduarse e irse a probar suerte a los Estados Unidos, y si no hubiese ganado esa primera vez que entró con sus amigos por “recocha” como él dice, podría ser que en este momento sus sueños se hubiesen cumplido y más allá de lo material, la relación con sus allegados no se hubiese deteriorado como pasó, y en este momento no tener que estar relatando este duro episodio de su vida.

 

 

Santiago Urrego Montes.

 

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